Ayer, mientras me zampaba una barrita de proteínas reseca de la última gasolinera antes de cruzar a territorio confiscatorio (de esas que te dejan la boca como si hubieras lamido una estufa) me escribió una alumna de la Mentoría con una frase que he escuchado mil veces:
“¿Y si esto no cuaja?”
Hostia, qué frase más demoledora.
La he dicho yo, la he oído en clientes, la he leído en emails de gente desesperada.
Ese runrún de currar horas, inventar productos, lanzar cosas… y no tener ni puta idea de si va a servir para algo.
Es como plantar tomates en diciembre y esperar milagros.
O como currarte una paella de tres horas sin saber si alguien va a venir a comer.
Y lo chungo del tema no es solo la duda de si habrá dinero.
Es cómo te roba la cabeza.
Porque no disfrutas de lo que haces.
No decides bien.
Y ni mucho menos duermes tranquilo.
Es como vivir con un puto mosquito en la oreja las 24 horas.
No te mata, pero no te deja vivir.
Y te digo una cosa: si sigues montando negocios como una tómbola, cada mes con algo distinto, esa pregunta nunca desaparece.
Nunca.
Ahora… cuando tienes un sistema recurrente, estable y predecible… joder. Joder.
Es que entonces la película cambia entera.
Porque ahí no te preguntas “¿va a cuajar o no?”.
Lo sabes.
Me refiero a que tienes la certeza de lo que entra el día 1.
De que al siguiente mes también.
De que no dependes de si Instagram te enseña, de si un cliente responde, o de si tu primo se acuerda de recomendarte.
Y eso, créeme, es otro puto mundo.
Por eso te digo que los alumnos de la casa ya no se hacen esa pregunta.
Porque ya tienen en sus manos el mapa que les lleva directo a esa seguridad.
Tú lo tendrás el lunes 6 a las 6.
Paciencia, que esto ya lo tienes a la vuelta de la esquina.
PD: En apenas dos días te enseño cómo dejar de cocinar paellas sin saber si alguien va a venir a comer.
Y cómo montar, de una vez, un sistema que cuaja siempre, sin depender de la suerte.